21 de marzo de 2013

YA SE ACERCA...

Somos como niños en Semana Santa, pero, igual que ellos, vamos haciéndonos preguntas y un buen día, cuando nos damos cuenta de que el mundo está mucho más lleno de incertidumbres que de certezas, notamos que hemos crecido y empezamos a buscar respuestas. Sucede en el mismo momento en que la cruz, esa cruz en la que será enclavado el Señor Yacente la noche del Viernes de Dolores, se alza protagonista hundiendo el hombro de Dios, clavando sus pasos en la tierra. De pronto ya no lo vemos rodeado de villanos, maltratado por los romanos, condenado por quienes no lo comprenden. Ahora es un Hombre solo, al que acaso nos iremos pareciendo algunas veces, porque también nosotros buscamos al Padre y también nosotros pensamos que nos abandona.

Es el momento en que el niño crece, en que ya no necesita la mano de sus padres, pero aunque vaya en pandillas ruidosas que despiertan a la vida, está buscando a Jesús, y lo encuentra. Lo ve abrumado y casi temeroso, como si el cielo se le fuera a caer encima, en el Compás de Palacio, en el momento en que la Semana Santa es intensa y efímera como azahar fragante, a la hora en que no puede haber un pueblo más hermoso que aquel que permite una escolta de hojas verdes y flores de pureza para el camino de una cofradía con sus pasos y nazarenos. Cuando la música y el cielo se unen para consolar al Señor en el momento de la felicidad que da el abrazo primero con aquello que se ama y tanto se ha hecho esperar, al entender que no puede haber un paraíso mejor que este que llena el corazón y los sentidos, parece que Dios está enseñando cómo se reza, con el dolor presentido en los ojos y las manos abiertas para dar. Y cómo no hacerlo si es Semana Santa, si la primavera se confirma y el Evangelio es un paso que sube por la calle. Pero está cayendo la noche, la que el Señor siente como una amenaza aunque sepa también que después amanecerá, y vemos que en cualquier momento sudará sangre, que la muerte y el sufrimiento están muy cerca, tan cerca que terminamos viéndolo atado a la columna, otra vez mirando al cielo, no sabemos si afligido más por la tortura que por la soledad.

En esas horas estamos prisioneros de La Algaba y la vemos bendecida por las imágenes, como si el Señor y la Virgen María la hubiesen dejado vestida de su hermosura. En la calle San Antonio que hemos visto aliviarse de elegancia cuando la pasar y contemplé como se iba alejando su paso de palio dejando un rastro de aromas….y de SOLEDAD.