13 de febrero de 2013

LUZ DE CUARESMA; LA VÍSPERA DEL GOZO...

Bellísimo extracto del Pregón del Soleano que pronunció nuestro hermano Jerónimo Díaz Clavijo, para dar el inicio a la tan esperada Cuaresma.

...Terminan de pasar las noches frías del invierno y conforme aumentan los días al compás de las vueltas del calendario, otra vez, ya está entregado el cuerpo y la sangre del Hijo del Hombre por todos nosotros. Con la ceniza sobre la frente el tiempo se precipita y nos devuelve todo lo que la Virgen se llevó hace un año tras su manto. Desde las ventanas medio abiertas de nuestras casas vemos las tardes estirarse en luz y color a través de los cristales. Resuenan ecos lejanos de vía crucis por las calles y escuchamos marchas antiguas en la radio.


Se enciende en el altar mayor de nuestra parroquia la pirámide de fuego que es el altar de Septenario Doloroso de la Virgen. La Virgen de la Soledad llora sus dolores entre cirios blancos y flores, al pie de la cruz ya solitaria, sobre su altar primoroso de elegancia de siglos.

Septenario de amor, de silencios amorosos que conformamos todos los hermanos por igual: mientras falte uno sólo, la Virgen seguirá llorando. Continuemos por tanto soñando con estos siete días en los que La Algaba admira nuestro verdadero amor de familia.

Todo son signos aún y ya comenzamos a sentirnos apresados por el tiempo. Hemos ido a meditar ante el Cristo de la Estrella y sentimos que la nostalgia del Sábado Santo cae sobre nosotros con el peso de la carne muerta que se desploma sobre un sagrario de plata vacío que espera el retorno del triunfo de Dios. Pero es justamente aquí, en los días de la Cuaresma, entre esta fragilidad del tiempo y el adelanto de las emociones, donde están la medida, la hondura, la belleza y la fuerza de la Semana Santa. Y también su melancólica dulzura evocadora …


Otro día entre los días de la Cuaresma, al entrar en la parroquia, vemos cómo La Soledad de María ha florecido en el Altar Mayor. Por el ventanuco del coro se desploma un rayo de sol que busca los escalones del altar y se enreda entre la hojarasca del manto de la Señora, perdido en el laberinto de los bordados. Ante tanta ternura, ¿ acaso no acudiremos a besar esa mano frágil que Ella nos tiende ? Tiene hambre de amor y cariño la pobre y desconsolada mujer, siempre vestida de negro; sólo nos pide un beso: ¿ quién va a negárselo ?

Un día entre los días de la Cuaresma, vemos frente a la torre de los Guzmanes un cartel que reza “ Se hacen capirotes para nazarenos “ y mientras andamos por las calles del pueblo, nos sorprende la luz de la tarde. Y entonces, por un momento, nos paramos allí donde nos ocurre y entonces sabemos ya, con dolorosa certeza, que ya ha llegado el tiempo y la luz de la Semana Santa. La luz, de un amarillo de oro, suave, profunda e inestable, va tomando por estos días la pomposidad cromática de las tardes de primavera. En estas tardes sin hora parece eterno su resplandor. Todo lo inunda la chispa de oro que enciende las calles, sintiendo los adoquines viejos cómo entra a par del suelo por las calles que se deshacen en poniente. Seguimos caminando por la calle y todo nos parece nuevo. Es como si nuestros difuntos volviesen a la vida y hubiéramos de verles sentados en un umbral o en la esquina de una calle cualquiera, esperando, igual que nosotros, la llegada de otro Viernes Santo. Irrumpe el oro de la tarde, entre un silencio que es capaz de atravesarnos el alma, y resulta inefable contemplar los adoquines vestidos de luz. Por encima de la palmera que agita sus hojas al viento, en la penumbra de los patios, todo se enciende de luces claras y doradas.


Y así, un día entre los días, Dios toma por la cintura al pueblo cuando el río de palmas y olivos recorre las calles. Otra vez más, es la Semana Santa que llega.