21 de mayo de 2012

Añoranzas

Añoranzas....

El barrio de la Cruz guarda el convento del cielo, de donde se fueron los soleanos con su eterno consuelo, Fray Miguel cuidó de todos los que fueron nazarenos de la Soledad de María y dio brillo a los varales del palio del firmamento... ya en la iglesia había un hombre que le hablaba a las mujeres de riguroso luto en las frías noches de Noviembre tras Tosantos. Él les enseñó el caminos que siguió La Madre de Dios huyendo del convento medio derruido, les habló de la hermosura de su Niña Soledad les dijo que no era de madera… si se quiere de veras… y les enseñaba como las lágrimas de la Virgen pobre del templo, la del manto raído y la corona de lata…eran de verdad, que la Virgen lloraba. Él les dijo que el cielo pasaba por su mirada y por sus manos benditas…, que los angelitos venían recorriendo el sendero y dejaban pañuelos de seda fina entre sus dedos... para paliar el dolor en el calvario de su corazón.



Con el paso del tiempo, fueron de la mano de un hombre que enterraba en La Algaba; Pedro Pecas, que luchó contra la injusticia del tiempo, contra el abandono, contra la propia sociedad y que quiso tener a la Madre de Dios frente a frente para quererla, para estar más cerca, por si algo le pasaba... para saber que vivía en su camarín de damasco y oro viejo, se conformaba con pasar día a día por su puerta y saber que tras ella estaba La que es su tesoro.


Hubo un hombre que cuidó la clausura de sus pobres mantos y sayas, cada pañolito humilde, cada enagua almidonada..., cada flor de los rosales del Camposanto era para la Soledad de sus amores, era el jardinero de la Señora pobre, el fraile sin claustro, el aprendiz sin celda, el vigía de la cruz, el compañero de sus lágrimas, el guardián de la aurora y su providencia…


Recorramos otra vez el templo que anduvo Pedro y acerquémonos casi sin sentir y la veremos de nuevo … y meteré mi mano entre sus herramientas para buscar la perfecta y limpiaré junto a su mirada, con el algodón y los paños, toda la plata que brilla de este tiempo pasado. Hay un hombre que me enseño a ser más soleano, a recoger el fruto de un trabajo sincero, a correr por las calles pronunciando su nombre y a limpiar mil veces su plata. A quererla sin pedirle, a pedirle para quererla, me enseñó como cuidar cada ráfaga de su corona y apretar cada tuerca que daba alma al su paso, a pichar cada flor con el mimo de quererla, a encender las pastillas de una carbón más que negro y a saber que Ella es la Madre de Dios y nuestro consuelo.


Dejadme que coja otra vez su mano y vuelva a tocar sus manos benditas, que hoy le estoy cantando a Pedro Pecas la nana del soleano:



Tu serás siempre el sereno
de esta eterna Hermandad sin fin
y te puso la Soledad
por su guardián y serafín.