16 de abril de 2011

Descendimiento del Señor

Ayer Viernes de Dolores, celebramos en la Parroquia el acto del descendimiento, cuidando por parte de la Hermandad el más mínimo de los detalles, antes de abrir las puertas del templo, estas estaban ya abarrotadas de fieles que esperaban por ver bajar a Dios de la cruz.


Entrar en el templo, completamente a oscuras, solo iluminado por la luz de las velas y encontrarse con la escolta de nazarenos negros…el catafalco preparado…la Verónica y las marías…cuatro hachones para alumbrar al Señor…podríamos trasladarnos perfectamente al siglo XVI; esa es la grandeza de la Hermandad de la Soledad, siglos de devoción, de actos que no por repetidos son maníos. Hermandad antigua donde las haya, de ritos e identidad propia de la que podemos gloriarnos los soleanos algabeños.


Muchos fueron ayer los hermanos que pidieron el texto del Descendimiento, para poder leerlo tranquilamente en casa y meditarlo, pues bien, a continuación os lo paso, es una lectura amena y apropiada para estos días. Sé que antes había otro texto, larguísimo, mas fue cambiado y adaptado, quedando como sigue.


Sermón del Descendimiento.



Meditación.


El que inunda los cielos de estrellas


y los soles de luz y armonía,


el que rige la noche y el día,


el que todo lo inunda de amor;


busca muerte entre dos malhechores


por librarnos de eterno dolor.


Madre Santa que al pie del madero,


Sin tener quien enjugue tu llanto,


llena el alma de angustia y quebranto,


ves al Hijo en mortal aflicción.


Sin poder aliviar tus dolores


ni arrancar de sus sienes divinas,


la corona de agudas espinas,


que traspasan tu Divino Corazón.


Reina Santa de la Soledad del mundo


en que hicimos a Cristo morir,


sálvanos a los hijos ingratos


que en tu Gracia anhelamos vivir.




Reflexión.


Ese divino dolor,


que abrasa y nubla tus ojos,


aún en la tierra de abrojos


deja semilla de amor.


Marchitas caigan las flores


y apague su luz el día,


que está llorando María,


el dolor de los Dolores.


Perlas de Aurora,


tras de la sombra viene la Luz,


quien en la vida padece y llora,


brazos eternos haya en la Cruz.





Introducción.


Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la Cruz.


Al llegar a un lugar llamado Gólgota (que significa la Calavera), dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel; pero Él lo probó y no lo quiso beber.


Los que lo crucificaron, se repartieron sus vestiduras a suerte y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron la causa de su condena: “Hic Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum” (Este es Jesús, el Rey de los Judíos).


Con Él, crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda; mientras los que pasaron por allí le insultaban moviendo la cabeza y diciendo:


- “¡Tú que destruías el Templo y lo reedificabas en tres días! ¡Sálvate a ti mismo si eres el Hijo de Dios y baja de esa Cruz!



Del mismo modo, los Sumos Sacerdotes, los maestros de la Ley y los ancianos se burlaban de Él y decían:


- “¡Has salvado a otros y no puede salvarse a si mismo! ¡Es Rey de Israel! ¡Que baje de la Cruz y creeremos en Él! ¡Confiaba en Dios; que lo libre ahora si es que lo ama, puesto que ha dicho: Soy Hijo de Dios!”



Los ladrones crucificados con Él también lo insultaban. Desde el mediodía se oscureció toda la tierra. Hacia las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerte voz:


- “¡Eli, Eli, lema sabactani!” (¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!)



Algunos de los presentes al oírlo decían:


- “¡Éste llama a Elías!”



En aquel momento, uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber. Los otros decían:


- “¡Deja!, ¡a ver si viene Elías a salvarlo!”



Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró.


Entonces el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron y, saliendo de los sepulcros después de la Resurrección de Jesús, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El Centurión, por su parte, al ver las cosas que ocurrían, dijo:


- “¡Verdaderamente, Éste era Hijo de Dios!”.



Entre todas las personas, estaban allí: María, su madre; María Magdalena; María, madre de Santiago y José; y María, la madre de los hijos de Zebedeo.


Corona de Espinas.


Nicodemo. Tú que esta noche has traído aromas al Señor, al que ha sido conducido hasta este monte por soldados e hipócritas:



- “¡QUÍTALE LA CORONA DE ESPINAS!”.



Esa Corona está haciendo daño a mi Señor en su frente. Ha hecho que derrame mucha sangre por su cuerpo e incluso una espina se ha clavado en su frente. Quítasela despacio y con cuidado. Dásela a María Salomé y en el Sepulcro deposítala a sus pies, que mi Dios ha muerto para amarnos.




Jesús de los Caminos Polvorientos.


Has puesto el pie con tus sandalias en el polvo virgen del camino. Jesús, has pasado dejando tu pisada en la arena y sin decirte porqué, unos hombres te han seguido. No llevas nada. La alforja, la has dejado en casa. Ya no tienes túnicas para el viento o la lluvia, para el frío de la noche y el calor de la mañana. Vas sin cosas, peregrino, caminante cual romero; vas llevando en la luz de tus ojos siempre abiertos y en la fuerza siempre viva de tu palabra, vas llevando tu camino, eres camino y vas llamando a seguirte. Seguirte, seguirte solo sin llevarte apenas nada.


Caminante de corazón pobre y libre, hecho a tienda abierta a tu llamada. Caminante, alzando siempre la vista, como el vuelo sobre el agua de unas alas que buscan la perfección en la altura y dejan sola la playa.


La ciudad no es tu camino, que los lirios y las flores y amapolas tiemblan entre trigales, o mirándose siempre en el arroyo, o esperando en la vera del camino tu paso desde el alba hasta la noche estrellada. Señor de los caminos que buscan llegan. Señor de los caminos de los campos abiertos que buscan libertad. Señor de los caminos que arrancan al hombre de lo seguro, de los suyos, de sus casas, de sus bienes, de sus cosas, y los lanza a seguir tu paso hecho sendero estrecho.


Señor, si el camino es largo, si la sed y el sol abrasa, si el polvo se agarra y ensucia, Tú, Señor, eres el vaso fresco del agua. Arranca, Arráncame de las cosas, que mi corazón aún aguarda ver a una Soledad que quiere echar sobre el mar sus lágrimas.



El Señor desposeído del Clavo de su Mano Derecha.


José. Tú que de Arimatea has venido y a Jesús en la Cruz lo has encontrado. Tú que has ido a Pilato a pedirle el cuerpo del Señor para depositarlo en un Sepulcro hasta prestado:



- “¡QUÍTALE EL CLAVO DE LA MANO DERECHA!”.



Quítaselo; que ese clavo traicionero está desgarrando la mano de mi Señor. Quítaselo con esmero que no se escuche ni el ruido del martillo en el madero. Quítaselo, que su dolor es el dolor de mi pueblo.


Entrégaselo a María, a la que de Cleofás viene; que la sangre que tiene con buena tela la seque. Y deja caer su mano con suavidad y sin fuerzas no vaya a ser que se dañe y podamos sufrir más.




Tu Palabra inquietante en la Montaña.


La montaña ha sido testigo de tus noches. La montaña ha sentido el calor de tu presencia. Eres hombre de montaña en la noche, para el encuentro silencioso con el Padre. Señor de la montaña al romper el día, Señor de la Soledad, del silencio, del estarse en calma. Hoy has subido con los tuyos y el gentío sentado te escuchaba. Has hablado de ser dichosos cuando el corazón elige ser pobre, sin haciendas, sin saberes, sin orgullo hecho muros y fronteras separadas.


Dichosos los que sufren, has dicho, y el corazón dolorido ha sangrado gotas de agua como tu costado abierto en la Cruz al golpe seco de una lanza.


Dichosos los no violentos, los que llevan la paz y la cantan, los que abren al mundo los brazos, los que ríen y aguardan que las cosas sigan creciendo con la fuerza de Dios que en el fondo está enraizada.


Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia. Dichosos porque el hambre es camino siempre alargado y hace al hombre peregrino en su marcha. Tu palabra es agua y pan que sacia.


Dichosos los que prestan ayuda, los que saben compartir y dar sí con el alma; los que dan, los que de balde le dieron y sus manos no guardan sino el calor del que da sin medida, del que da y se da porque cree y ama.


Dichosos los sencillos, los humildes y abiertos, felices serán ellos porque verán a Dios en la mañana.


Dichosos cuando os insulten, cuando os persigan con rabia, cuando digan con mentira por mi causa, calumnias, solo calumnias; palabras, falsas palabras.


Dichosos seréis amigos, si al bajar de la montaña decís al mundo que cree en otras bienaventuranzas. Seréis dichosos en mi reino que ya ha comenzado con el corazón del hombre abierto para siempre en mis bienaventuranzas.


El Señor desposeído del Clavo de su Mano Izquierda.


Nicodemo. Ya sé que te has pinchado con la Espina. Ya sé que has llorado por Jesús. También sé que no sabes mucho de Cristo, pero yo te contaré que sus milagros son fuente de realeza y sus predicaciones son justicia para muchos y consuelo para otros:



- “¡QUÍTALE EL CLAVO DE LA MANO IZQUIERDA!”.



Quítaselo porque malditos fueron los que se lo clavaron, en cambio, el los ha perdonado porque sabe escuchar a su Padre. No le des fuerte al martillo que puede sufrir su cuerpo y deja descolgar el brazo que a moretones lo tiene. Dale el clavo a María y que con fuerza lo seque y le limpie la sangre, que es la fuerza de su mente.




El Camino de la Cruz.


¿Dónde vas que dejas en tu paso la sangre goteada en el camino? ¿Dónde vas, desnudo y desgarrado, colgando a tus espaldas doloridas el peso del madero?


Vas sólo y te siguen unos gritos. Vas sólo y los tuyos te han dejado, como deja la hoja en el otoño sólo y frío, desnudo, el árbol. Tu palabra junto al mar o la montaña; tu palabra al romper el día o la noche, se hace leño cortado a golpes que arrastras en solitario.


Señor, tu Reino es grano de trigo lanzado al surco y pisado. Tu Reino no es de este mundo; tu Reino llevas al paso. ¿Por qué la Cruz es tu cumbre?, ¿por qué la Cruz es el lazo que une a Dios con el hombre, testigo del último abrazo?, ¿por qué has dicho a los tuyos que la Cruz a cada paso es el ritmo de tu marcha y sin la Cruz no eres Tú a quien siguen caminando?


Clavada está en la cumbre. Subida a hombros. Y te espera abierta al mundo para que extiendas tu cuerpo hecho un girón de hombres oprimidos que en ti se han clavado.


Ahora todos levantarán sus cabezas. Ahora todos mirarán al traspasado. Ahora todos pondrán los ojos en ti sobre el madero colgado.


El cielo como un paraguas negro ha cerrado la luz. Y la noche se ha hecho noche en tu noche y ni rostro tienes: sólo un grito desgarrado. ¿Dónde está tu Padre?, ¿dónde está, que tu dolor se hace desierto y tu Soledad miedo, frío y sudor abandonados?


Señor, todo termina aquí y ahora, y la vida nueva ha comenzado. No hay otro Cristo que el de la Cruz del camino, el del madero clavado.



El Señor desposeído del Clavo de sus Pies.


José. Tú que tanto sabes de la vida del Maestro. A ti que te entregó a maría con la Soledad de su muerte. Tú que fuiste siempre fiel al Señor y siempre le seguiste aunque quisieron apartarte de Él:



- “¡PUEDES QUITARLE EL CLAVO DE SUS PIES!”.



Imagínate cuanto le pueden doler. Límpiaselos con lino que pueda ir al Padre sin sangre ninguna. Ten cuidado que está suelto, que no sienta ese martillo atormentando su cuerpo. Quítaselo con cuidado y abraza a María para darle consuelo.


Quítaselo con angustia y tu Soledad para descender tan sangriento cuerpo que en el Calvario a muerto desolado.




Jesús a Muerto.


Cuando murió la palabra, ¡qué gran silencio! Cuando murió el amigo, ¡qué Soledad! Y ¡qué gran vacío! Cuando murió el Hijo de Dios; pero ¿estaba muerto o estaba dormido? Pilato no acababa de saber. Un soldado quiso cerciorarse y con una lanza le rompió el corazón. Pero ¡qué sorpresa!, resulta que el corazón abierto se convirtió en fuente de vida.


¿Quién era ese hombre? Estaba muerto y daba vida. Estaba frío y encendía una hoguera. Se le enterraba y se convertía en siembra de libertad. ¿Quién era ese hombre? Era capaz de convertir la Cruz en victoria, el dolor en sacramento, la muerte en descanso, el sepulcro en cita de esperanza.


Jesús fue bajado de la Cruz piadosamente, fue ungido y sepultado. Era un descanso merecido. Que nadie le moleste, que está dormido. Ya sabéis, el Amor no puede morir, porque es más fuerte que la muerte, sólo duerme.


Que descanse el Amor. Ha amado tanto que debe descansar. Ahora recogerá fuerzas para seguir amando: “mi amado ha bajado a su huerto, a las eras de balsameras, el pastor de jardines a cortar azucenas”.


Enseguida volverá; el pastor de la vida, volverá, con bálsamo y azucenas, con flores de primaveras para todos.