Efímera como la belleza; deseada como el amor; intensa como las emociones; inesperada como las ausencias; sorprendente como lo desconocido; cegadora... en cualquier recodo, detrás de una cristalera, entrando por la linterna de una cúpula o asomándose por los callejones, nos persigue y nos acompaña.
Nos deja momentos de hermosura tan sublimes y tan delicados que en ocasiones tan solo cabe callar y extasiarse. Cuántos meses interminables de agua la hemos echado en falta, calculando las calendas de la primavera para verla asomar por las cumbres del Aljarafe, hermoseando el celeste intenso del cielo. En cuántas ocasiones nos ha parecido verla despuntar en unos ojos enmelados, en una sonrisa, en el candor de unas mejillas, en el turquesa intenso del mar de invierno, en la carcajada de un niño, en la suavidad de unas manos acariciadas, en las revueltas aguas de un río crecido... y ha sido solo un espejismo de felicidad.
Y ahora que Nissan nos regaló su luna llena; ahora que las espinas han marcado su reguero de sufrimiento en el color de aquella carita divina que por Diciembre, envidiaban las fuentes puras; ahora que comienza a despuntar nuevamente el olor a menta en los jardines, los limones cuelgan orgullosos su orondo amarillo, y los tulipanes hermosean los parterres como si fueran muchachas casaderas, la luz ha venido para quedarse. Ha llegado para no abandonarnos ya hasta que asomen de nuevo las golondrinas por el horizonte.
Ha llegado para iluminar el rostro de la Virgen de la Soledad desde el ventanal escondido detrás del órgano de la Iglesia; ha llegado para irradiar la pureza desde lo alto de una vidriera; ha llegado para seguetear de contraluces una salida cargada de capirotes negros; ha llegado para alejar la vida de la muerte, las tinieblas de la Gloria; ha llegado para marcar el camino de la Fe y de la Verdad; ha llegado para recortar sobre el Cristo Resucitado el dintel del tiempo y el espacio; ha llegado para velar los indiscretos objetivos que pretenden banalizar lo sagrado; ha llegado para acompañar cada penitencia con una sombra; ha llegado para colarse indiscreta por el arco de medio punto donde vive la Madre de Dios; ha llegado para siluetear una salida imposible; ha llegado para desabrigar el calor de la muchedumbre que espera ansiosa la salida de Dios triunfante; ha llegado para bañar de alegría nuestra existencia.
“Cuando el sol de la media tarde, le bese su cara, de vuelta a la Parroquia en la gloriosa mañana de Resurrección, y ya no pueda ser más guapa porque le duela... será la señal. La Señora de La Algaba irá en olor de multitudes poniendo un dignísimo broche de oro a la Semana Santa algabeña.
Ese es el destino que imponen nuestras raíces y nuestro soleano sentimiento: disfrutar la mañana de la gloria convertidos en amantes de la Señora, andando delante de Ella, vitoreándola, aclamándola diciéndole mil veces guapa, los soleanos somos la sal de la tierra, y en medio de tanta tiniebla...con Cristo Resucitado, somos la luz de La Algaba.