El
Descendimiento de la Cruz
Nuestra
Hermandad recuperó felizmente hace unas décadas el ancestral acto del
Descendimiento del Señor; de entonces a la fecha se ha convertido en una
ceremonia de enorme relevancia y participación que supera y desborda los límites de la hermandad. A continuación
hacemos una definición histórica y además, podemos leer el hermosísimo texto
que cada Viernes de Dolores emociona y eriza la piel de las infinidad de devotos
que inundan el templo parroquial.Definición:
El descendimiento de la Cruz es una escena que se sitúa entre la crucifixión y el llanto sobre Cristo muerto. Narra el episodio en el que el cuerpo de Cristo es bajado de la Cruz por José de Arimatea y Nicodemo en presencia de su Madre y Maria Magdalena.
Historia:
Sobre la crucifixión encontramos diversos documentos históricos. Historiadores como Tácitos o Florio Josefo, la sitúan como método de ejecución, utilizado sistemáticamente por los Persas, Fenicios y Cartagineses. Introducido en Roma durante las Guerras Púnicas y abolido en el Imperio Romano por Constantino al final de su reinado. La crucifixión era utilizada para exponer a la víctima a una muerte lenta, horrible y pública. Los métodos variaban con el lugar y el tiempo.
Era común
que los grupos de ejecución estuvieran compuestos por cuatro soldados y un
centurión, encargados de reclamar los
bienes de la víctima como parte de su salario.
La meta de
la crucifixión era deshonrar el cuerpo del
condenado, sobre la cruz solía fijarse un rotulo o inscripción del cargo. La
crucifixión era pues considerada como la forma más humillante de morir.
En las
culturas antiguas una muerte honorable requería del entierro. El caso de Jesús
de Nazaret es el más conocido, condenado a morir en una “Crux commissa”,
modificada por Poncio Pilatos para colocar un letrero sobre la cabeza que decía
“Rey de los Judíos”, es decir, traición a Roma y sedición.
Para hablar
sobre el Descendimiento nos remitimos a dos fuentes: La Biblia (Nuevo
Testamento) y la iconografía religiosa a lo largo de los Siglos.
El
descendimiento como en el resto de la iconografía de la pasión tiene una gran
difusión por formar parte de la religiosidad popular y ha sido representa-
do en
diversas tendencias artísticas y con gran profusión de obras dentro y fuera de
España, esculturas de piedra, madera policromada, pintura... (Rembrandt,
Zurbaran, Rubens, Francisco Salcillo, Miguel Ángel e incluso el gran Roger van
der Weyden)
Es en el
Renacimiento y el Barroco donde su representación alcanza el máximo esplendor
dando lugar a composiciones de gran efectismo, sobre todo en la imaginería
española tanto en el escuela castellana como en la andaluza. Según el Evangelio
Mateo 27,57-61; Mc 15,42-47; La23,50/56; Jn 19,38-42, coinciden en:“Después de
la muerte de Jesús, José de Arimatea pidió a Pilatos el cuerpo de Jesús ; éste
preparó el descendimiento y posterior sepelio de Jesús. Durante el Paso,
estaban presentes entre otros, María y María Magdalena además de Nicodemo y
José de Arimatea que descendieron a Jesús de la Cruz, pusieron la escalera
primero
detrás y
luego delante de la Cruz, subiendo unos lienzos para ayudarse a bajar el
cuerpo, lo envolvieron desde las rodillas hasta la cintura y lo entregaron a su
madre.
Sermón del Descendimiento.
Meditación.
El que inunda los cielos de estrellas
y los soles de luz y armonía,
el que rige la noche y el día,
el que todo lo inunda de amor;
busca muerte entre dos malhechores
por librarnos de eterno dolor.
Madre Santa que al pie del madero,
Sin tener quien enjugue tu llanto,
llena el alma de angustia y quebranto,
ves al Hijo en mortal aflicción.
Sin poder aliviar tus dolores
ni arrancar de sus sienes divinas,
la corona de agudas espinas,
que traspasan tu Divino Corazón.
Reina Santa de la Soledad del mundo
en que hicimos a Cristo morir,
sálvanos a los hijos ingratos
que en tu Gracia anhelamos vivir.
Reflexión.
Ese divino dolor,
que abrasa y nubla tus ojos,
aún en la tierra de abrojos
deja semilla de amor.
Marchitas caigan las flores
y apague su luz el día,
que está llorando María,
el dolor de los Dolores.
Perlas de Aurora,
tras de la sombra viene la Luz,
quien en la vida padece y llora,
brazos eternos haya en la Cruz.
Introducción.
Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene,
llamado Simón, y lo obligaron a llevar la Cruz. Al llegar a un lugar llamado
Gólgota (que significa la Calavera), dieron de beber a Jesús vino mezclado con
hiel; pero Él lo probó y no lo quiso beber.
Los que lo crucificaron, se repartieron sus vestiduras a suerte y se
sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron la causa de su
condena: “Hic Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum” (Este es Jesús, el Rey de los
Judíos). Con Él, crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la
izquierda; mientras los que pasaron por allí le insultaban moviendo la cabeza y
diciendo: “¡Tú que destruías el Templo y
lo reedificabas en tres días! ¡Sálvate a ti mismo si eres el Hijo de Dios y
baja de esa Cruz!
Del mismo modo, los Sumos Sacerdotes, los
maestros de la Ley y los ancianos se burlaban de Él y decían: “¡Has salvado a otros y no puede salvarse a
si mismo! ¡Es Rey de Israel! ¡Que baje de la Cruz y creeremos en Él! ¡Confiaba
en Dios; que lo libre ahora si es que lo ama, puesto que ha dicho: Soy Hijo de
Dios!”
Los ladrones crucificados con Él también lo
insultaban. Desde el mediodía se oscureció toda la tierra. Hacia las tres de la
tarde, Jesús gritó con fuerte voz:
“¡Eli, Eli, lema sabactani!” (¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?!)
Algunos de los presentes al oírlo decían: “¡Éste llama a Elías!”
En aquel momento, uno de ellos fue corriendo a
buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de
beber. Los otros decían: “¡Deja!, ¡a ver
si viene Elías a salvarlo!” Y Jesús,
dando de nuevo un fuerte grito, expiró.
Entonces el velo del Templo se rasgó en dos de
arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los
sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron y,
saliendo de los sepulcros después de la Resurrección de Jesús, entraron en la
Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El Centurión, por su parte, al ver las
cosas que ocurrían, dijo: “¡Verdaderamente, Éste era Hijo de Dios!”.
Entre todas las personas, estaban allí: María, su
madre; María Magdalena; María, madre de Santiago y José; y María, la madre de
los hijos de Zebedeo.
Corona de
Espinas.
Nicodemo. Tú que esta noche has traído aromas al
Señor, al que ha sido conducido hasta este monte por soldados e hipócritas:
“¡QUÍTALE
LA CORONA DE ESPINAS!”.
Esa Corona está haciendo daño a mi Señor en su
frente. Ha hecho que derrame mucha sangre por su cuerpo e incluso una espina se
ha clavado en su frente. Quítasela despacio y con cuidado. Dásela a María
Salomé y en el Sepulcro deposítala a sus pies, que mi Dios ha muerto para
amarnos.
Jesús de los Caminos Polvorientos.
Has puesto el pie con tus sandalias en el polvo
virgen del camino. Jesús, has pasado dejando tu pisada en la arena y sin
decirte porqué, unos hombres te han seguido. No llevas nada. La alforja, la has
dejado en casa. Ya no tienes túnicas para el viento o la lluvia, para el frío
de la noche y el calor de la mañana. Vas sin cosas, peregrino, caminante cual
romero; vas llevando en la luz de tus ojos siempre abiertos y en la fuerza
siempre viva de tu palabra, vas llevando tu camino, eres camino y vas llamando
a seguirte. Seguirte, seguirte solo sin llevarte apenas nada.
Caminante de corazón pobre y libre, hecho a tienda
abierta a tu llamada. Caminante, alzando siempre la vista, como el vuelo sobre
el agua de unas alas que buscan la perfección en la altura y dejan sola la
playa.
La ciudad no es tu camino, que los lirios y las
flores y amapolas tiemblan entre trigales, o mirándose siempre en el arroyo, o
esperando en la vera del camino tu paso desde el alba hasta la noche
estrellada. Señor de los caminos que buscan llegan. Señor de los caminos de los
campos abiertos que buscan libertad. Señor de los caminos que arrancan al
hombre de lo seguro, de los suyos, de sus casas, de sus bienes, de sus cosas, y
los lanza a seguir tu paso hecho sendero estrecho.
Señor, si el camino es largo, si la sed y el sol
abrasa, si el polvo se agarra y ensucia, Tú, Señor, eres el vaso fresco del
agua. Arranca, Arráncame de las cosas, que mi corazón aún aguarda ver a una
Soledad que quiere echar sobre el mar sus lágrimas.
El Señor desposeído del Clavo de su Mano Derecha.
José. Tú que de Arimatea has venido y a Jesús en
la Cruz lo has encontrado. Tú que has ido a Pilato a pedirle el cuerpo del
Señor para depositarlo en un Sepulcro hasta prestado:
“¡QUÍTALE
EL CLAVO DE LA MANO DERECHA!”.
Quítaselo; que ese clavo traicionero está
desgarrando la mano de mi Señor. Quítaselo con esmero que no se escuche ni el
ruido del martillo en el madero. Quítaselo, que su dolor es el dolor de mi
pueblo.
Entrégaselo a María, a la que de Cleofás viene;
que la sangre que tiene con buena tela la seque. Y deja caer su mano con
suavidad y sin fuerzas no vaya a ser que se dañe y podamos sufrir más.
Tu Palabra inquietante en la Montaña.
La montaña ha sido testigo de tus noches. La
montaña ha sentido el calor de tu presencia. Eres hombre de montaña en la
noche, para el encuentro silencioso con el Padre. Señor de la montaña al romper
el día, Señor de la Soledad, del silencio, del estarse en calma. Hoy has subido
con los tuyos y el gentío sentado te escuchaba. Has hablado de ser dichosos
cuando el corazón elige ser pobre, sin haciendas, sin saberes, sin orgullo
hecho muros y fronteras separadas.
Dichosos los que sufren, has dicho, y el corazón
dolorido ha sangrado gotas de agua como tu costado abierto en la Cruz al golpe
seco de una lanza.
Dichosos los no violentos, los que llevan la paz
y la cantan, los que abren al mundo los brazos, los que ríen y aguardan que las
cosas sigan creciendo con la fuerza de Dios que en el fondo está enraizada.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia.
Dichosos porque el hambre es camino siempre alargado y hace al hombre peregrino
en su marcha. Tu palabra es agua y pan que sacia.
Dichosos los que prestan ayuda, los que saben
compartir y dar sí con el alma; los que dan, los que de balde le dieron y sus
manos no guardan sino el calor del que da sin medida, del que da y se da porque
cree y ama.
Dichosos los sencillos, los humildes y abiertos,
felices serán ellos porque verán a Dios en la mañana.
Dichosos cuando os insulten, cuando os persigan
con rabia, cuando digan con mentira por mi causa, calumnias, solo calumnias;
palabras, falsas palabras.
Dichosos seréis amigos, si al bajar de la montaña
decís al mundo que cree en otras bienaventuranzas. Seréis dichosos en mi reino
que ya ha comenzado con el corazón del hombre abierto para siempre en mis
bienaventuranzas.
El Señor desposeído del Clavo de su Mano
Izquierda.
Nicodemo. Ya sé que te has pinchado con la
Espina. Ya sé que has llorado por Jesús. También sé que no sabes mucho de
Cristo, pero yo te contaré que sus milagros son fuente de realeza y sus
predicaciones son justicia para muchos y consuelo para otros:
“¡QUÍTALE
EL CLAVO DE LA MANO IZQUIERDA!”.
Quítaselo porque malditos fueron los que se lo
clavaron, en cambio, el los ha perdonado porque sabe escuchar a su Padre. No le
des fuerte al martillo que puede sufrir su cuerpo y deja descolgar el brazo que
a moretones lo tiene. Dale el clavo a María y que con fuerza lo seque y le
limpie la sangre, que es la fuerza de su mente.
El Camino de la Cruz.
¿Dónde vas que dejas en tu paso la sangre goteada
en el camino? ¿Dónde vas, desnudo y desgarrado, colgando a tus espaldas
doloridas el peso del madero?
Vas sólo y te siguen unos gritos. Vas sólo y los
tuyos te han dejado, como deja la hoja en el otoño sólo y frío, desnudo, el
árbol. Tu palabra junto al mar o la montaña; tu palabra al romper el día o la
noche, se hace leño cortado a golpes que arrastras en solitario.
Señor, tu Reino es grano de trigo lanzado al
surco y pisado. Tu Reino no es de este mundo; tu Reino llevas al paso. ¿Por qué
la Cruz es tu cumbre?, ¿por qué la Cruz es el lazo que une a Dios con el
hombre, testigo del último abrazo?, ¿por qué has dicho a los tuyos que la Cruz
a cada paso es el ritmo de tu marcha y sin la Cruz no eres Tú a quien siguen
caminando? Clavada está en la cumbre. Subida a hombros. Y te espera abierta al
mundo para que extiendas tu cuerpo hecho un girón de hombres oprimidos que en
ti se han clavado. Ahora todos levantarán sus cabezas. Ahora todos mirarán al
traspasado. Ahora todos pondrán los ojos en ti sobre el madero colgado.
El cielo como un paraguas negro ha cerrado la
luz. Y la noche se ha hecho noche en tu noche y ni rostro tienes: sólo un grito
desgarrado. ¿Dónde está tu Padre?, ¿dónde está, que tu dolor se hace desierto y
tu Soledad miedo, frío y sudor abandonados? Señor, todo termina aquí y ahora, y
la vida nueva ha comenzado. No hay otro Cristo que el de la Cruz del camino, el
del madero clavado.
El Señor desposeído del Clavo de sus Pies.
José. Tú que tanto sabes de la vida del Maestro.
A ti que te entregó a maría con la Soledad de su muerte. Tú que fuiste siempre
fiel al Señor y siempre le seguiste aunque quisieron apartarte de Él:
“¡PUEDES
QUITARLE EL CLAVO DE SUS PIES!”.
Imagínate cuanto le pueden doler. Límpiaselos con
lino que pueda ir al Padre sin sangre ninguna. Ten cuidado que está suelto, que
no sienta ese martillo atormentando su cuerpo. Quítaselo con cuidado y abraza a
María para darle consuelo.
Quítaselo con angustia y tu Soledad para
descender tan sangriento cuerpo que en el Calvario a muerto desolado.
Jesús a Muerto.
Cuando murió la palabra, ¡qué gran silencio!
Cuando murió el amigo, ¡qué Soledad! Y ¡qué gran vacío! Cuando murió el Hijo de
Dios; pero ¿estaba muerto o estaba dormido? Pilato no acababa de saber. Un
soldado quiso cerciorarse y con una lanza le rompió el corazón. Pero ¡qué
sorpresa!, resulta que el corazón abierto se convirtió en fuente de vida.
¿Quién era ese hombre? Estaba muerto y daba vida.
Estaba frío y encendía una hoguera. Se le enterraba y se convertía en siembra
de libertad. ¿Quién era ese hombre? Era capaz de convertir la Cruz en victoria,
el dolor en sacramento, la muerte en descanso, el sepulcro en cita de
esperanza.
Jesús fue bajado de la Cruz piadosamente, fue
ungido y sepultado. Era un descanso merecido. Que nadie le moleste, que está
dormido. Ya sabéis, el Amor no puede morir, porque es más fuerte que la muerte,
sólo duerme.
Que descanse el Amor. Ha amado tanto que debe
descansar. Ahora recogerá fuerzas para seguir amando: “mi amado ha bajado a su
huerto, a las eras de balsameras, el pastor de jardines a cortar azucenas”.
Enseguida volverá; el pastor de la vida, volverá,
con bálsamo y azucenas, con flores de primaveras para todos.