“Nil certius morte, nil incertius
momento morti”
Nada hay más cierto que la muerte, ni nada más
incierto que el momento de morir. Con este prefacio queremos abrir el día en el
que los cristianos celebramos primero, a todos los santos, a todas aquellas
personas bondadosas, a aquellas personas de Dios, que dieron por medio de su
labor, del ejemplo constante y callado, toda su vida en bien del prójimo, del
desfavorecido. Santos anónimos la mayoría de ellos que cumplieron los
mandamientos de Dios, y que quizá vivan junto a nosotros pero que los ojos de
corruptos de la envidia, del egoísmo, de los prejuicios, de la maldad... no nos
dejen ver la caridad y el amor de nuestro hermano. Y luego el día de todos los
fieles difuntos, día en el que oramos por tantos y tantos que transitamos este
mundo y que ya partieron a la Casa del Padre.
Gozar de su presencia conlleva una
constante de vida dedicada al bien, al cumplimiento de los sacramentos, de los
mandamientos y las bienaventuranzas, en fin, de amarnos, y de derramar de
emanar amor en todo lo que hacemos y obramos.
En estos días se hace más patente
el recuerdo del amor y el cariño de cuantos nos han acompañado en este sendero
de la vida, es por ello, que el lugar que dedicamos de nuestra tierra a campo
santo, tierra sagrada donde reposan sus restos, acudamos a ofrecer el sacrifico
eucarístico como ablación perenne en favor de su alma y de su eterno descanso.