El Viernes de Dolores, clavado en la cruz comenzó a sentirse temblar la tierra. “¿Ha muerto ya?. si, ya ha muerto, se lo llevan a su madre de la Soledad”.
Ya todo se ha cumplido. El sol le arde tras el plumaje al viento de un pelícano soleano, sobre el sepulcro de madera donde yace el más justo. Viene dormido Dios desde su Parroquia, buscando por el Compás de Palacio el camino hacia un cementerio viejo y abandonado.
Estira sus piernas ya sin el dolor de los clavos que le atravesaron los pies, los brazos reposan inertes sobre el lino de las sábanas. La brisa del Guadalquivir le ha ondeado la tela que destapa la pureza de sus caderas. Camina en medio de la compasión buscando el destino que le espera al llegar de nuevo a su viejo Convento de la Cruz, pero no viene solo… viene La Algaba llorando por Él.
Ya no eleva la mirada entre los naranjos de la Plaza buscando en el cielo un consuelo que no llega, un final para su Pasión, una explicación para el abandono… pero ya no hay respuesta alguna que no sean los trinos de los vencejos. Tiene el rostro demacrado, la nariz afilada, el pelo sucio de sudor y la boca seca.
El Señor de los soleanos tiene frías las manos, entumecidas y carentes ya de toda sangre. Lloran las cornetas mientas avanzan cadenciosos los negros capirotes que van anunciando el luto por la muerte de Dios. En sus iris palidece el color reflejando la inmensidad de ese cielo hispalense en el que perdió la vista mientras se dilatan sus pupilas. Ya no hay sufrimiento. Con una nueva chicotá adentra su destino de Parroquia, donde se pierden sus duquelas entre la cera de los guardabrisas y el siseo de los niños. Cae la tarde y con ella… cae la vida.
¡¡¡Silencio, que va dormido Dios !!!
¡¡¡Silencio, que va dormido Dios !!!
Ahí viene dormido Dios,
Exhaló su aliento en un grito,
Ya llega Cristo bendito..
Y va muerto por amor.